El carnero y el espejo-Manuel

              
Érase una vez un granjero llamado Jeremías, que era muy pobre. En su granja solo tenía unas gallinas y un carnero. El carnero, que era como uno más de la familia, se llamaba Robustiano.
Un día que el granjero había salido de casa a vender unas gallinas, el carnero Robustiano se dió cuenta que su amo se había dejado la puerta que daba al corral abierta. Él por curiosidad se adentró en la casa, pasó por el pasillo y por delante de la cocina, pero cuando pasó por delante del dormitorio, algo le llamó la atención… ¡Un carnero igual que él!
El carnero hacía los mismos movimientos que Robustiano, pero los mismísimos movimientos (No sé si os habías dado cuenta, pero se estaba mirando a un gran espejo). Robustiano se adentró en la habitación y se puso a mirar a su doble de arriba a abajo, cuando ya lo había visto bastante se puso en posición de ataque, su doble también, él se extrañó que hiciera lo mismo, entonces Robustiano rascó con la pata derecha el suelo, bajó aquel cabezón con aquellos super-cuernos y… embistió, empezó a correr hacia su doble y cuando impactó contra aquel espejo, Robustiano, un carnero de los grandes, se quedó tirado en el suelo, de tal castañazo que se metió no pudo moverse.     
Cuando Jeremías llegó y vió al pobre carnero tirado en el suelo y el espejo roto, casi le da un pasmo. Lo primero que hizo fue arrastrar a Robustiano a un montón de paja y esperar a que se curara.
Cuando el carnero estuvo bien, Jeremías le dijo:
- Robustiano, cómo pudiste pensar que había otro carnero en la casa si tu eres único.
Y después de esa, Robustiano ya nunca más sintió deseos de ponerse delante de un espejo.
Cuento basado en una historia real, que le ocurrió a un señor de Baredo.                         
   Autor:     Manuel