Otro final-EL POZO MÁGICO

EL POZO MÁGICO

En una casa de campo vivía una madre con sus dos hijas, Alda e Hilda. Aunque eran hermanas, ambas eran muy diferentes; Alda era fea y muy perezosa, no se preocupaba nada más que de sí misma; en cambio Hilda era muy bella y trabajadora y siempre estaba preocupada por las necesidades de los demás y trataba de ayudar a cuantos le rodeaban.
Un día faltaba agua en casa y Hilda cogió un caldero y fue al pozo a buscarla, pero con tan mala suerte que se rompió la cuerda y se le cayó el caldero. Al intentar cogerlo, Hilda resbaló y cayó hasta el fondo y quedó desmayada.
Cuando abrió los ojos, se encontró en un lugar maravilloso, lleno de árboles y flores. Muy cerca vio una casa y de ella salían unos sonidos lastimeros:
- ¡Ya estamos cocidos! ¡Sácanos de aquí!
Hilda se acercó a la casa, abrió la puerta y comprendió que las voces venían del horno donde había unos panes cociéndose. Hilda los sacó del horno y los libró de morir quemados.
Siguió andando y encontró un manzano cargado de frutas y le pidió que le sacudiese para que cayesen las manzanas maduras.
Hilda se compadeció del viejo y cansado manzano, sacudió su tronco y el suelo se cubrió de manzanas maduras. El árbol elevó sus ramas al cielo aliviado del peso.
Pronto llegó a una casa donde vivía una anciana, que se llamaba la madre Escarcha.
- Me gustaría que te quedaras conmigo -le dijo la anciana-.
Hilda se quedó a vivir con la vieja y le ayudaba en todos los trabajos de la casa. Allí era muy feliz.
Un día Hilda se acordó de su madre, sintió deseos de volver a verla y se lo dijo a la madre Escarcha.
- Está bien -respondió la anciana-, yo te llevaré.   Pero antes deseo darte algo porque te has portado bien conmigo.
Madre Escarcha le entregó el caldero que se le había caído al pozo, abrió una pesada puerta y empezaron a llover monedas de oro dentro del caldero hasta que lo llenaron. Al cerrarse la puerta Hilda se encontró sola y frente a la puerta de su casa.
Hilda contó a su madre y hermana todo lo que le había sucedido.
Al día siguiente su hermana envidiosa se fue al pozo, dejó caer el caldero y se tiró detrás de él. Alda despertó en aquel paraíso y oyó a los panes gritando, pero hizo como sí no lo hubiera oído. Lo mismo hizo con el árbol hasta encontrar a Escarcha. Aceptó quedarse con ella, pero después de unos días, Alda, no hacía nada.

 Un día le dijo a Escarcha:

- ¿Me puedo ir?
- No. Te has portada muy mal y no dejaré que te vayas hasta que no repares los daños que has hecho.
Alda, a punto de llorar, salió corriendo de la casa, sacó los panes del horno, sacudió el árbol y volvió suplicando.
- ¡Por favor! Déjame volver.
- Está bien. Pero espero que aprendas la lección.
Escarcha le devolvió el caldero y la llevó a casa. Y desde entonces, Alda, hacía todo lo que le pedían.